TURANDOT CON ELENCO INTERNACIONAL.
La reposición de la puesta en escena de Roberto Oswald, del año 2009, para Turandot, la última ópera de Giacomo Puccini, continuó la Temporada Lírica 2014, causando un merecido suceso y éxito de público.
Su diseño fastuoso, aunque sin recargamientos innecesarios, reúne todos los elementos para transportarnos a la China legendaria, donde ocurre el argumento. Destacaremos las tres enormes esculturas, que enmarcan la escenografía, que en su alusión a los guerreros de terracota, demuestran muy bien, el poder omnímodo de los emperadores.
Nos sigue pareciendo muy adecuada, la escenografía de las dos escenas del acto II, primero en las habitaciones de los ministros (Ping, Pang y Pong), que luego da paso a la gran sala del palacio, donde Calaf desentrañará los acertijos, debido a su fluidez; en ella la règie ubica a la corte, en el orden adecuado, propio de la nobleza y solemnidad de la ceremonia, algo que se contrasta fuertemente, con las escenas del primer y tercer acto, donde el pueblo es una masa inorgánica, esperando, acosado por la guardia, el desarrollo de los acontecimientos.
El hermoso vestuario, pertenece a Aníbal Lápiz, que además se encargó de la reposición, en un trabajo, donde los contrastes de color y texturas, concuerdan perfectamente con la escenografía.
La dirección musical, recayó en el director ucraniano Andriy Yurkevych, quien fue muy eficaz en equilibrar, tanto lo grandioso, como la más íntimo de la partitura, sacando a luz texturas, colores, incluso algunos aspectos melifluos, fue una batuta alerta, siempre presente en apoyo a cantantes y coro.
Pensamos que su gran éxito, radica en haber cedido a la tentación de muchos directores, en cuanto a privilegiar solo lo grandioso y ampuloso, que por supuesto existe en gran medida -algo que provoca gran acogida entre el público-, por ello se agradece, el rescate de todas las sutilezas, incluso poéticas que posee su música; en su cometido encontró la mejor de las respuestas, de parte de la Orquesta Filarmónica de Santiago.
El Coro del Teatro Municipal, alcanzó cimas en lo vocal y en expresividad, su manejo sobresaliente de los contrastes dinámicos, tanto como su musicalidad, vuelven a maravillar, mencionemos la escena de la aparición de la luna, en el primer acto, en esa melancólica dinámica en piano o mezzoforte, de sutileza sobrecogedora, o la potencia estremecedora del final de los actos primero y tercero.
El Coro de Niños de The Grange School, cantando siempre desde fuera del escenario, tuvo un estupendo desempeño, mostrando belleza vocal y musicalidad, como resultado de la preparación de su directora Claudia Trujillo.
La poderosa voz de Elisabete Matos, la soprano portuguesa, encarnó a la princesa Turandot, su timbre se presta bastante para el rol, sus acerados agudos se avienen muy bien para la escena de las adivinanzas, aunque creemos que no realiza una mayor evolución de su papel, tal vez debido a que no es una actriz neta, por ello en la escena, cuando cae rendida frente a Calaf, resulta muy poco creíble, no obstante, fue un triunfo, su cambio vocal, cuando anuncia a su padre el nombre de Calaf, transformándolo en Amor.
Kristian Benedikt, el tenor lituano, como Calaf, volvió a mostrar las características vistas en Otello, donde solo los agudos son plenos, pues en el registro medio, su voz es pequeña, aunque musical; su Nessun dorma, recibió entusiasta acogida, pero señalemos que en cuanto a actuación, esta es bastante fría.
Liù fue cantada en ambos elencos, por la soprano chilena Paulina González, cosechando el más rotundo éxito, su manejo vocal impecable, con todas las sutilezas dinámicas exigidas por la partitura, la colocan nuevamente en el pináculo de las sopranos nacionales, solo habríamos deseado mayor soltura como actriz. En lo extra musical, creemos que el cintillo de su vestuario, aleja el personaje de lo oriental, llevándolo muy cerca de las indígenas norteamericanas.
Timur, encontró en Alexey Tikhomirov, el bajo ruso, un estupendo intérprete, su impresionante y hermosa voz, se aviene muy bien con el papel, agregando que es naturalmente un gran actor, se le vio muy afiatado en actuación con Liù.
El trío de Ministros; Ping (Patricio Sabaté), Pang (Pedro Espinoza) y Pong (Gonzalo Araya), excelentes en lo vocal y graciosísimos en actuación, debemos señalar, que en varios momentos, no solo deben cantar, también bailar, mostrándose afiatadísimos, mientras que cada uno, desarrolló al máximo su voz y lo actoral, en función del resto.
Sabaté, que tiene una mayor responsabilidad, respondió a ella con la excelencia habitual.
El Mandarín de Cristián Lorca, muy bien perfilado en actuación y con potente voz al presentar el edicto; José Barrera dio muy bien el papel del Emperador, pero a su voz le faltó mayor potencia.
Una función que satisfizo plenamente al público que llenaba el teatro, por ello al final fueron interminables los aplausos.
Gilberto Ponce. (CCA)